28.12.19

Bitácora - Resúmen del 2019


Cariño nuestro, te voy a contar sobre el más grande acto de rebeldía que he practicado. No; no son las 5 veces que he salido del incendio que traté de contener y después le arrojé alcohol al camino, sino la vez que dejé el alcohol para apagar todos los demonios que me estaban quemando los sueños.
Ya sé lo que piensas porque he estado del otro lado: ebria del instante, inhalando las semanas como si fueran segundos, alucinando y alucinando al predicador rehabilitado. “Yo nunca lo voy a dejar, yo no tengo un problema, yo no bebo en exceso, yo no desvanezco oportunidades entre los dedos, yo no dije eso, yo no salí sin pagar del bar, yo no choqué me chocaron, yo no lo rompí así estaba, yo no tengo porque cambiar nada” y un largo listado de “yonos” que sabemos son rotundos “yo siempre”.
Pero las consecuencias nos persiguen incansablemente. Así que, cariño, es tiempo de cambiar.
Ahora gasto en yerba cara, de sabores, de distintas especies, híbridas e índicas, relajantes o eufóricas. Cada semana voy a la casa de té y adquiero la gamma entera del aparador: negro, rojo, verde, morado, azul y blanco. Los bebo compulsivamente; es mi nuevo alcohol. He ahorrado bastante dinero y malos ratos.
He comenzado a ejercitarme. Salgo a trotar a medio día (despierto a las 11, es mi naturaleza). Ordeno mis libros, limpio el hogar, prendo incienso al altar, juego con las mascotas y riego las plantas. Como dicen mis amigas, soy una Blanca Nieves obscura.
Ciertamente la sobriedad me está llevando a una locura contenida, callada, que esparzo discretamente en los cajones. Aprendí a fingir cordura, dicen que soy profesional. Aún no me conocen lo suficiente para saber que estoy esperando la señal para brincar a un dragón más grande, donde pueda explayar los instintos sin rienda. Las señales indican que el mar en calma no hará oleaje. Qué fortuna. Qué decepción.
Desde mi estudio se escucha el bullicio de bares y cantinas que alojan a la cofradía de Baco. Cantan eufóricos chocando sus tarros, derramando whiskey sobre la mesa, bailando a tumbos entre cuerpos desconocidos y ardientes. Le subo a la música para acallar las tentaciones y recuerdos de viejas andanzas. Sorbo el té negro con especias y me encierro en el ascetismo.
Es verdad que perdí el 30% de carisma y que los amigos han dejado de invitarme a salvajes fines de semana; ahora charlamos por teléfono durante las austeras lluvias. Los días transcurren sin lubricante y las noches de viernes son infinitas horas para leer en piyama. Me aburro. Mucho.
Ahora sabrás porqué lo mejor de mi tiempo es cuando me llamas o vienes, ya seas tú o cualquier otro de mis cariños. Porque el cariño no sólo sustituye el alcohol; también llena el vacío ese al que el espíritu del vino nunca llega.   

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