Cariño nuestro, te voy a contar sobre el más grande acto de
rebeldía que he practicado. No; no son las 5 veces que he salido del incendio
que traté de contener y después le arrojé alcohol al camino, sino la vez que
dejé el alcohol para apagar todos los demonios que me estaban quemando los
sueños.
Ya sé lo que piensas porque he estado del otro lado: ebria
del instante, inhalando las semanas como si fueran segundos, alucinando y
alucinando al predicador rehabilitado. “Yo nunca lo voy a dejar, yo no tengo un
problema, yo no bebo en exceso, yo no desvanezco oportunidades entre los dedos,
yo no dije eso, yo no salí sin pagar del bar, yo no choqué me chocaron, yo no
lo rompí así estaba, yo no tengo porque cambiar nada” y un largo listado de “yonos”
que sabemos son rotundos “yo siempre”.
Pero las consecuencias nos persiguen incansablemente. Así que,
cariño, es tiempo de cambiar.
Ahora gasto en yerba cara, de sabores, de distintas
especies, híbridas e índicas, relajantes o eufóricas. Cada semana voy a la casa
de té y adquiero la gamma entera del aparador: negro, rojo, verde, morado, azul
y blanco. Los bebo compulsivamente; es mi nuevo alcohol. He ahorrado bastante dinero
y malos ratos.
He comenzado a ejercitarme. Salgo a trotar a medio día
(despierto a las 11, es mi naturaleza). Ordeno mis libros, limpio el hogar, prendo
incienso al altar, juego con las mascotas y riego las plantas. Como dicen mis
amigas, soy una Blanca Nieves obscura.
Ciertamente la sobriedad me está llevando a una locura
contenida, callada, que esparzo discretamente en los cajones. Aprendí a fingir
cordura, dicen que soy profesional. Aún no me conocen lo suficiente para saber
que estoy esperando la señal para brincar a un dragón más grande, donde pueda explayar
los instintos sin rienda. Las señales indican que el mar en calma no hará
oleaje. Qué fortuna. Qué decepción.
Desde mi estudio se escucha el bullicio de bares y cantinas
que alojan a la cofradía de Baco. Cantan eufóricos chocando sus tarros,
derramando whiskey sobre la mesa, bailando a tumbos entre cuerpos desconocidos
y ardientes. Le subo a la música para acallar las tentaciones y recuerdos de
viejas andanzas. Sorbo el té negro con especias y me encierro en el ascetismo.
Es verdad que perdí el 30% de carisma y que los amigos han
dejado de invitarme a salvajes fines de semana; ahora charlamos por teléfono durante
las austeras lluvias. Los días transcurren sin lubricante y las noches de
viernes son infinitas horas para leer en piyama. Me aburro. Mucho.
Ahora sabrás porqué lo mejor de mi tiempo es cuando me
llamas o vienes, ya seas tú o cualquier otro de mis cariños. Porque el cariño no
sólo sustituye el alcohol; también llena el vacío ese al que el espíritu del vino
nunca llega.
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