Él nunca paró de crecer
desde que estuvo en mi vientre hasta que le vi crecida la
barba en su féretro
creció en mi interior desde que era una diminuta gota
se hizo semilla de luz que germinó hasta que sus tallos
cosquillearon mi juventud
y lo parí hermoso, como cualquier ser que respira por
primera vez en nuestro regazo
yo lo vi crecer entre mis brazos hasta que caminó y tuve que
arrojarlo al mundo
a trazar sus propias huellas hacia el estudio constante y la
rutina de niño disciplinado
Lo regué, como se riega a un brote que débil estira sus
hojas como alas hacia el cielo
cuidé del esqueje que pronto convirtió su tallo en rama y su
rama en tronco
y lo regué hasta que mis aguas mismas lo alejaron hacia el
bosque de amigos
Yo lo vi crecer y regresar a mis brazos cuando me halló sola
en la pista de baile
Volvió convertido en adolescente, a la edad justa en que yo
lo había parido
quizá heredó mi placer por el ridículo, mi pasión por el
goce del instante
bailamos sujetados de las manos con el lazo que teje el amor
cómplice de la maternidad
y tuve que soltarlo para cambiar nuestro fuego en la pista
por su marcha nupcial
lo solté en el altar y lo entregué a una mujer que lo enredó
en su regazo de tormentas
se casó con ella y lo vi crecer en sus finanzas
formar una familia, darme nietos, forjarse una carrera,
hacerse un hombre de bien
cada visita suya le encontraba más canas, más cansancio,
pero le encontraba más hermoso, como todo ser que respiró por primera vez
frente a mis ojos y que ahora suspira inicios de vejez
Cuando supe de su cáncer no me quedó más que orar y orar,
pero a pesar de ello
a ese maldito cáncer, lo vi crecer
mientras mi hijo languidecía y ocultaba con ese fuerte ceño
cualquier resabio de dolor
su mujer decidió que era exclusivo suyo el espectáculo del
crecimiento agónico de mi hijo
y no lo vi más hasta hoy, hijo, recostado con su barba
recién rasurada, sus brazos atípicamente en los costados como un elegante
cadete, a diferencia del resto de los cadáveres que cruzan sus brazos frente al
pecho para proteger su corazón
callado, quieto, recostado, casi diría que dormido, observé
aquello que no tiene una palabra; la muerte de un hijo
no es viudez ni orfandad, simplemente el nombre no existe
Vi crecer tu barba a lo largo del velorio, la vi crecer como
en aquella época juvenil en que tu padre te obsequió el juego de navajas
y ahora lo vi crecer, aun estando muerto crecía, crecía,
crecía mi amor por él
me quedé a su lado hasta que entró a los brazos del fuego
una vez más lo arrojé, lo parí, lo solté
la semilla que dejó frutos, raíces sosteniendo los
recuerdos, el tronco fuerte que aun estando seco por dentro, se cundía del
musgo de las enseñanzas que cada quien le colgaba a manera de guirnaldas y
halagos, se fue
Lo vi crecer en el fuego
y ahora lo sueño y le digo “mírate, hijo, cómo has crecido,
te salieron alas, ya puedes volar.”
Siempre supe que había parido una semilla de ángel.
Esta vez, lo arrojé al cielo.
Y sé que allá, como es lo propio, seguirá creciendo en el
regazo de Dios.
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Nota:
Ana Laura perdió a su hijo. Ella, siendo poeta, quedó sin palabras. No halla consuelo y yo no hallaba cómo consolarla, así que le di mi voz para cantar la historia que melancólica me narró unas horas antes al calor de un café en Orizaba.
Ella lo describió como una semilla que vio convertirse en árbol y marchitarse antes de tiempo.
Ella repetía con la mirada amorosa y extraviada "yo lo vi crecer".
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